miércoles, 8 de noviembre de 2017

Maratón NY por Javier Solsona

No hay duda de que hacer una maratón es una experiencia vital, si además la haces a 7.000 kilómetros de casa, junto a otros 60.000 participantes y en Nueva York, está claro que si eres un enamorado de los deportes de resistencia es uno de los grandes hitos a los que puedes aspirar.

Pero no es fácil correr la maratón de Nueva York, en absoluto. Primero cuesta una pasta (inscripción, hotel, vuelo, ….); segundo, como no te toque el dorsal en el sorteo, que es francamente difícil, aún es mucho más caro, hay que viajar con un turoperador; tercero, es dura, muy dura.

Siempre es dura una carrera de 42,2 kilómetros, pero más si el terreno es totalmente ondulado: subida, bajada, subida, bajada,.... y si a eso sumas que llegaste hace dos días a una de las ciudades con más encanto, que la has vivido en las películas y te has pasado todo ese tiempo caminando de un lugar a otro, aún es muchísimo más dura.

Pero eso no es todo. El sábado te has acostado con las piernas cansadas de tanta caminata y mañana es la maratón. Además esa noche se cambia la hora en Estados Unidos, ya sabéis, a las 3:00 las 2:00 como hacemos en España una semana antes, así que hay riesgo de quedarse dormido y no coger el bus que a las 5:15 de la mañana te ha de recoger para llevarte a la salida.

A las 6:30 ya estamos en la zona de salida, en Fort Wadsworth, en el barrio de Staten Island, un recinto militar donde habrá que esperar pacientemente  casi tres horas y media (más de 4 si sales en las oleadas posteriores) a que se dé la salida. Hace un frío que pela, hay que buscar un rincón donde no sople el viento y taparse con todo lo que puedas, pero está lleno de gente y no es fácil encontrar un buen sitio, más si la lluvia va humedeciendo el suelo.

Después de una larga espera comiendo donuts, café, geles, isotónica y otras “delicias”, llega el momento de la SALIDA. Empieza una de las grandes experiencias que se puede vivir como corredor. Tras la parafernalia tan americana del himno y el cañonazo.... a correr!

Los primeros kilómetros son alucinantes, después de la subida y posterior bajada al puente Verrazano que une Staten Island con el barrio de Brooklin te encuentras las calles repletas de gente en las aceras animando como locos, como si les fuese la vida en ello, te llevan en volandas, demasiado, muchos lo acabarán pagando, y comienza  el carrusel de grandes rectas con terreno permanentemente ondulado, con un público enfervorizado, con banderas (muchísimas de España) y carteles de ánimo.

Sacan de sus casas plátanos, naranjas, refrescos, para echar una mano, te llaman por el nombre que llevas en la camiseta, vas totalmente flipado entre la riada de corredores y corredoras que aún frescos sacan las cámaras o el móvil para plasmar el momento. Hay mucha gente corriendo, te encuentras con unos de Salamanca por las calles de Queens, de Sevilla, Extremadura, de Tarragona o de Valencia por Manhattan, una pareja de Cheste que corre a tu lado en el Bronx y grita “ese Correca”, … y todo es una pasada Hasta que los días haciendo turismo y las cuestas se te echan encima y te dejan las piernas como el corcho. Ahí te das cuenta de lo dura que es la maratón de Nueva York, pero resistes, porque sabes que eso sólo suele pasar una vez en la vida. Y llegas a Central Park, a la META, y eres un héroe.

La gente que se cruza contigo en la calle de camino al hotel te dice “Congratulations!”, “Great Job!”, y te das cuenta de que has hecho algo grande, algo que quizás en otro lugar no valoras lo suficiente.

Para acabar de saborearlo sólo te queda la mañana del lunes, antes de tomar el avión rumbo a casa, colgarte al cuello el pedazo de medalla de 10 centímetros de diámetro y 150 gramos y salir a pasear por Central Park, por la zona de meta, donde un montón de frikis como tú se pasean saboreando el triunfo en Nueva York, la mejor maratón del mundo.